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Las personas acuden a la consulta de un psicólogo por motivos muy diversos: depresión, ansiedad, falta de habilidades sociales, duelo por la pérdida de un ser querido, problemas familiares o de pareja, dificultades sexuales, trastornos alimentarios y un largo etcétera de posibles síntomas que aquejan al individuo.
Todas estas personas presentan, desde luego, un sufrimiento íntimo. El sufrimiento, que siempre es un compañero que no deseamos, posee, sin embargo, una importante función: indicarnos que, de alguna forma, hemos equivocado el camino y que las cosas quizá no sean tal y como nosotros las pensamos.
Otra característica compartida por la práctica totalidad de las personas que acuden a un psicólogo es la soledad. Algunas personas presentan soledad física y manifiestan no tener casi amigos, y/o llevarse mal con los familiares o la pareja. Se trata de una soledad sintomática.
Lo interesante es que el resto de personas que acuden al psicólogo y sí parecen tener una buena red social y familiar tampoco se libran de la soledad. Este sentimiento de soledad puede derivarse de otro sentimiento: la vergüenza. Si el individuo se avergüenza de su síntoma probablemente no lo compartirá con nadie y portará esta carga en soledad.
Algunos sujetos sí serán capaces de comentar su síntoma a otras personas pero es posible que no obtengan la respuesta deseada: quizá obtengan como respuesta una crítica, una respuesta tranquilizadora (eso no tiene importancia) o, en el mejor de los casos, un consejo bienintencionado (pero inútil). Todas estas respuestas conseguirán que la persona se sienta aún más sola.
Una buena escucha, realizada por un profesional, puede ayudar a la persona a vencer esa soledad y, a la vez, proporcionará las pistas para esclarecer el síntoma y plantear las posibles soluciones al mismo.
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