LA FRUSTRACIÓN

La frustración es una respuesta emocional relacionada con la ira, la decepción y la tristeza, que surge cuando no conseguimos nuestros objetivos o no satisfacemos nuestros deseos.

Es una emoción adaptativa –ya que nos ayuda a sobrevivir y a relacionarnos con el medio– pero puede resultar desagradable y molesta para quien la presenta. Esto dependerá siempre de factores como intensidad y las situaciones en las que aparezca.

Lejos de considerar a la frustración como un síntoma secundario de otros problemas, podemos trabajar directamente sobre ella para reducir su frecuencia, intensidad y duración con la finalidad de que no interfiera negativamente en nuestro día a día.

Sentirse frustrado es:

  • Tener pensamientos acerca de “lo imposible”,“lo improbable” o “lo incontrolable” de algún deseo, objetivo o meta importante para nosotros. La frustración será mayor cuanto mayor sea nuestro deseo o nuestra creencia acerca de lo que necesitamos dichos objetivos.
  • Manifestar reacciones fisiológicas y emocionales de activación como la taquicardia, la ira, la tristeza o la tensión muscular.
  • Poner en marcha respuestas que dependerán de la historia de aprendizaje de cada persona y la situación concreta. Desde el abandono total y absoluto de la meta, hasta la búsqueda incansable de su consecución.

Por tanto, nos sentimos frustrados cuando queremos algo y no lo conseguimos. Esto no se refiere exclusivamente a objetivos que tras mucho esfuerzo no se consiguen materializar como es el caso de, por ejemplo, estudiar durante años una carrera y no conseguir un trabajo relacionado, o decidir romper una relación sentimental tras años luchando para que funcionara, sino también a situaciones del día a día en las que esperamos algo agradable que no obtenemos. Por ejemplo, cuando pasamos toda la mañana intentando solucionar algún asunto burocrático y a última hora el trabajador que nos atiende nos indica que hemos rellenado mal un formulario y deberemos repetir el proceso.

Como podemos observar en estos ejemplos, el esfuerzo es un factor importante que va a determinar el nivel de malestar, pero también lo son la percepción de control que tengamos sobre la situación, nuestras habilidades para manejar las emociones, las expectativas sobre nuestra propia conducta y la de los demás, el conocimiento sobre nuestras limitaciones y las ajenas, y las consecuencias positivas o negativas que obtengamos de nuestras acciones.

Aprender a manejar la frustración es una habilidad que puede aprenderse mediante la aplicación de técnicas de modificación de conducta como el entrenamiento en autoinstrucciones, la mejora de autoestima y habilidades sociales, estrategias de autocontrol, el aprendizaje de respuestas emocionales alternativas a la ira, la tristeza o la ansiedad, y ampliar nuestro repertorio de conductas para tratar de alcanzar los objetivos que nos proponemos o aceptar, en aquellos casos en los que no sea posible, que no siempre los podremos conseguir.

            

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